Vaho

martes, 22 de julio de 2008
Tras el ventanal, el vaho que se desprendía de sus labios empañaba los cristales del café formando pequeñas nebulosas de forma indefinida. Ella, que segundos antes observaba el ir y venir de la muchedumbre al otro lado, advirtió ahora las nubes de aliento mentolado a las que estaba dando vida frente a sus ojos. Comenzó entonces a observarlas con indiferencia al principio y, poco a poco, con una curiosidad que se incremantaba hasta que su esencia la abstrajo. Su mente se quedó en blanco. Su única tarea consciente era deleitarse con la forma, espesor y opacidad de aquellos cuerpos asimétricos. Como tarea inconsciente y casi autómata, su cerebro ordenaba en silencio a su brazo derecho que acercase de vez en cuando la pequeña taza de té a sus labios, los mismos que después, con el contraste térmico del ambiente y el aire con teína de su boca, formarían los dibujos que acaparaban ahora su atención.

De repente, sus ojos se encontraron por sopresa con un encuadre perfecto. Dentro de la nebulosa más concienzuda de todas las que había formado aquella tarde, se introdujo aquella otra silueta tan lejana pero a la vez tan próxima. El asombro abrió sus ojos ampliando su visión un poquito más allá del marco de su nebulosa. Pero prefirió entonces cerrarlos para seguir contemplándolo con la misma opacidad pero aún más cerca. Como en un sueño...

Se conocieron a través del cristal de la cafetería, sin nitidez total de sus siluetas, sin sonidos, sin certezas, pero con preguntas mudas, con confidencias concedidas quizás gracias a la privacidad que les proporcionaba aquel vidrio inmenso que les permitía disponer por completo de su espacio vital. Podían elegir entre ser o simular ser. Pero fueron. Fueron casi, casi desde el principio. Y sus seres producían el efecto recíproco de la fascinación, del misterio, de la atracción fatal o no....

En un impulso por acabar con los quizás, él decidió de pronto acercar aún más la silueta que le pertenecía. Alzó su puño, y con los nudillos preparados golpeó la ventana. ¿Puedo pasar? Preguntaron sus manos. Ella no sabía qué contestar. Al fin y al cabo se trataba tan sólo de una silueta y muchos signos. No lo sé, pensó. ¿Y si al rodear el edificio y traspasar la puerta se pierde la magia? ¿Y si la invasión de espacios estropea el aroma a tardes de signos y café que la habían acompañado hasta el momento? Él lo entendió todo con una mirada y una respuesta a su último gesto de interrogación, pero decidió que la cafetería era lo suficientemente grande para los dos.

No la quiso asustar, así que entró de forma que ella lo viese pero tomando asiento en el extremo opuesto a su mesa. La invitaba a compartirla con la mirada pero siempre dejándola ser quien decidiese si acortar o no distancias. 500...300...100...0. Kilómetros, metros, decímetros, centímetros por un momento y, después, nada. Nada y la explosión de un todo a raíz de ella. Un todo prohibido, un todo desde el tabú hacia el delirio; desde el deseo hasta la consciencia; y desde la consciencia hasta un recuerdo cargado de imágenes, palabras, nebulosas, café y cristales rotos con la fragilidad y la sutileza de una caricia.

Atrás quedó el aroma incierto del café al que ahora acompañarán otros aromas y otros sentidos más allá del olfato. Pero ese preciso instante, esa mezcla de sensaciones dejará huella en su memoria como los posos del café.