Menos lobos, Caperucita

miércoles, 15 de octubre de 2014

- Caperucita, vete por aquí, que es el camino más corto.

Y Caperucita, a pesar de que estaba viendo que no se lo decía un tipo cualquiera, sino un personaje con las fauces del tamaño de un autobús y unas garras que ya quisiera Freddy Krueger, decidió pensar en positivo, sin prejuicios, confiar en el triunfo del bien y en la buena fe del Lobo. 

¿Qué culpa tenía él de que la vida le hubiese dado aquellos atributos, aquellas circunstancias? Caperucita no quería sentenciarlo, no le gustaba ese filtro. Ella prefería actuar desde el amor...

Oye, y qué placer caminar al son de los pájaros, haberse podido refrescar junto al río, qué flores tan bonitas cogió durante el camino y qué aromas le dejaron en la memoria... Qué feliz con su ramillete de recuerdos.

Pero los lobos se comen a las abuelitas. Y eso es así aquí y en Lima. Así que éste, como todos los lobos con fauces y garras, no iba a ser menos. Se quedó con el camino más rápido y fácil, se comió a la abuelita y esperó para hincar también el diente a Caperucita si se dejaba.

La abuelita, ya lo sabemos, salió ilesa. Pero porque eso de que el Lobo se la zampase sin hacerle ningún rasguño estaba claro que no era más que una forma amable de narrar las cosas en un cuento para niños. Por eso, una vez que la abuelita se rehizo el moño, se fumó el pitillo y se despidió del Lobo recolocándose el camisón, se acercó segura hasta Caperucita y le dijo agradecida al oído:

- Cariño, eres gilipollas.