Sin saber por qué

martes, 30 de abril de 2013
 

Las mayores certezas de la vida lo son sin saber por qué. Aquéllas que se respiran, se paladean, se agonizan, se digieren, implosionan... Se saben; sin saber por qué. 

Se tendería en el césped durante días, mañana y noche y mañana y más, hasta que todo el aire del universo hubiese pasado por el didjeridoo. Hasta que no le quedase más paz que silbar. 

Tan simple como el esbozo infantil de una margarita. Tan naíf. Como el olor en las yemas de los dedos al deshoje. Tan sutil. Tan placentero. 

Una gota de limón en la punta de la lengua. Carrillera de fogón que ascuas y horas llevan a derretir en la boca. Guarnición de una mermelada de arándanos.

Y desasosiego.