El grito más silencioso

martes, 22 de diciembre de 2009
No sé ni por qué escribo hoy. Ni siquiera debería estar escribiendo en este preciso momento (al menos, no esto).

Nunca me gusta plantar en el blog lo primero que se me pasa por la cabeza. Me gusta dejarme llevar fuera del post, ir acumulando ideas de barro en la mente, hacer un pegote y posarlo después en este singular torno para modelarlo con la yema de los dedos. Pero sin coherencia entre el volumen y peso del pegote y la dimensión de mis manos, no es posible. Coherencia entre la magnitud de todo lo que siento y mi capacidad para abarcarlo, asimilarlo y convertirlo en algo más o menos creativo.

Hoy, el pegote es tan grande que mis manos no dan de sí.

Con esfuerzo y la coherencia colgando de un hilo, conseguí transformarlo hace meses en una maqueta a escala de la Torre de Pisa. Pero a la cima se fueron sumando pegotes y, sin ninguna explicación lógica más allá de la Ley de la Gravedad, esta mañana cayó. Cayó sobre mí. Y no me deja moverme ni para escabullirme a rastras de su peso.

Aparentemente todo está bien, todo está a mi alcance y podría crear una escultura o un jarrón de primera pero, aunque invisibles a los ojos, lo que fuera que crease estaría absolutamente plagado de grietas.

A veces creo que el problema es que ya he construido el jarrón, que llevo años dándole forma pero que lo modelé desde dentro. Y ahora me veo atrapada en él y necesitando vaciar de los pulmones un grito estridente que lo convierta en mil añicos.

Sin embargo, tengo miedo. Me asusta el regreso del silencio y la contemplación del devastador paisaje de arcilla en fragmentos que me rodearía. Tengo miedo a quedarme en ese centro del derrumbe y no saber hacia dónde ir. Ser Indecisa y tener 360º para elegir por cuál caminar me da miedo, mucho miedo, porque yo también me fui construyendo con fracturas invisibles.

Supongo que mientras me decido a gritar o no, hablar en voz alta  me desahoga al menos un poquito .

A ti, gracias por escuchar.