Malena

domingo, 21 de septiembre de 2008
Y así empezó. Un domingo cualquiera sentado frente al portátil intentando terminar esta tesis demencial que está acabando con mis días.

Primer error: intentar concentrarme justo después de comer un día como hoy, domingo, en el que, para más inri, Carlos se sentía culinariamente inspirado y nos hemos puesto las botas... bueno, un día es un día, aunque mañana tocará sesión doble en el gimnasio.

Error dos: cerrar puertas y ventanas. Si a la modorra que me está entrando le sumo el soniquete del ventilador de mi Mac y un ambiente cargado, el resultado es un ambientillo que invita a la siesta (nota al margen: la cama está justo a mi derecha...)

Áaalex, despieeertaaa… Abro las ventanas y dejo la puerta entreabierta pidiendo a mis compañeros que intenten no armarla demasiado (más que nada, por aquello de no darme envidia). Parece que la cosa marcha. La brisa me espabila y el café que Carlos me trae, activa mi mente. ¡En marcha!

¬_¬ ... bueno, será si ahora los vecinos de arriba me lo permiten. ¿Qué oigo? ¿Tango? Uf, no. Otro día no hubiese puesto pegas pero hoy... Necesito algo de silencio. ¿Sube el volumen? No puede ser. Tampoco son horas de quejarse pero, que mi tesis avance hoy depende de ello.... Les doy dos o tres canciones de margen.... ¿Van diez? ¡Subo! Ni cuatro de la tarde, ni condescendencia con los vecinos de arriba, ni intentar asimilarla como música de fondo. ¡No sin mi tesis!

El timbre sonó tan estridente como sonaban a oídos de Álex aquella sucesión de tangos. Se escuchó el sonido de la mirilla tambaleándose de un lado a otro. Un momento de silencio y la puerta se abrió. Perdonen, soy el vecino de abajo, serían tan amables de...

A Alex le costaba concentrarse en su ensayado discurso porque, al otro lado de la puerta, sólo se dejaba entrever una sonrisa de mujer entre las sombras. Un brazo blanquecino, delgado y victoriano a lo Tim Burton acarició la camiseta de Alex, lo hizo enmudecer y lo condujo al interior del piso de arriba. Ya en la penumbra, las caderas del quinto eran un imán para las de Álex, que se percató de que eran las únicas que habitaban ese montoncito de metros cuadrados. Piazzolla le comenzó a penetrar por los poros y unas piernas de mujer se enroscaron a las suyas como una serpiente.

Arrastrado por una fuerza inexplicable, Alex se fundió con ella a ritmo de tango. A cada paso la descubría más sensual, más bella, más exhuberante, más apetecible y, sin mediar palabra, traspasó sus poros como lo había hecho con él minutos antes el tango y se fundieron en un gemido mucho más sensual que aquellas curvas.

Unas horas después y un beso en la boca devolvieron a Alex al piso de abajo. Más inspirado, con más energía y con el deseo de que el tango lo acompañase de fondo esa noche para avanzar su tesis, dejó la ventana abierta...