Hiel

martes, 2 de septiembre de 2008
No te puedo escupir a la cara y escupo al cielo. Al cielo de tu boca, que tantas veces aduló la mía y tantas más blasfemiaba otras. Ésas las describías vomitando adjetivos a chorros y desterrándolas de tu deseo y tu memoria con el hastío y la indiferencia.

Y ahora, que la mía no es tuya y que la tuya es, deshaces el camino sobre tus pasos siguiendo el rastro de saliva que dejó la injuria y tragándotela a bocanadas. Ahora, tu boca busca otra, cualquiera. La busca con desespero y todas se le antojan válidas, desde la más vulgar hasta la más deforme, desde la más enferma hasta la más hedionda.

Traga, pues. Abre la tuya y que por ella desfile el circo de los horrores bucales al que te aferras. Al fin y al cabo, nunca sabrás mantenerla cerrada. A fin de cuentas, el cuento ya terminó.