Que pase el siguiente

miércoles, 6 de agosto de 2008

Cada vez que su alma se desnudaba por completo, un impulso la envolvía inmediatamente con mantos de seda y metáforas, con nombres falsos, con impersonales, con quizás. Había llegado a pensar, que probablemente nunca pudiese frenar la acción en aquel momento frontera. Ese instante en el que se despojaba de todas sus capas de piel y comenzaban a lloverle gotas con palabras, creando un caparazón con el que se sentía menos irascible, más segura.

Eso no quitaba que, en ocasiones, sintiese la necesidad de tener un rinconcito donde ser. Una pequeña esquina con un biombo. Un probador con dos espejos donde verse con sus ojos y con otros para tener una visión más completa. Un rinconcito que le regalase minutos de intimidad, horas si en algún momento las necesitaba. Sabía manejar el tiempo sin abusar (había aprendido) para dejarlo libre cuando hubiese cola y para esperar paciente cuando alguien, que tenía preferencia, necesitaba entrar con más calma, o el probador tenía que ser limpiado. Podía incluso a veces soltar su texto en las perchas de origen y volver de nuevo la semana que viene. Pero esa siguiente semana, sería entonces muy probable que necesitase de veras pasar y probarse frases sin tiempo limitado. Entonces la preferencia sería suya.

La compra-venta de relatos se había vuelto feroz y no podía evitar gritar con una hoja en blanco siempre que lo recordaba. Le frustraba caer en la cuenta de lo elitistas que se habían vuelto aquellos habitáculos. Los espejos que antes colgaban de sus paredes, habían sido sustituidos por otros más acordes con las nuevas tendencias, pero menos fieles a la realidad ya que la devolvían deforme. Se establecieron más preferencias de entrada y salida instalando controles previos a su acceso donde se examinaba, minuciosamente, el número determinado de caracteres que cada cual introduciría. Y ahí se creaba ya un prejuicio sobre el estilismo del próximo cliente, ante esos primeros ojos examinadores.

Su experiencia se había vuelto por eso mecánica y triste en los últimos años. Cuando era consciente de la realidad, llegaba al control con cuidado de no sobrepasar el límite de palabras, pasaba dentro y veía por encima cómo le quedaban los párrafos ante aquellos deformantes ojos ajenos (con los suyos ya lo había examinado por el camino para ahorrar tiempo). Pero descubrió además que ningún espejo le cedía una mirada de especial atención, observaban con indiferencia, con desinterés y con la única intención de que acabase las pruebas y entrase el siguiente que, a lo mejor, tenía más glamur o era más divertido frente al espejo... Y no le parecía nada justo.

Aún así, siempre se sentía mejor cuando sucedía esto, a lo que ya se había acostumbrado, que en los momentos en que llegaba a la puerta con todas sus frases sin ordenar, sin contabilizarlas, y ya desde entonces frustraban sus intenciones limitándole el tiempo, el contenido y el espacio para que, después, tras exponer un esquema básico del texto inicial, los espejos le devolviesen una visión deforme, irreal y fantasmagórica de golpe para que soltase las letras de inmediato en el suelo y saliese corriendo de aquel habitáculo inmundo.

Todo esto, sólo para dejar paso al siguiente.