(pre)Meditación y Alevosía

sábado, 30 de agosto de 2008

Desde que me despierto, ambos toman asiento sobre mis hombros.
Alevosía apoya su espalda en mi cuello, entrelaza sus manos tras la nuca y estira las piernas recorriendo mi clavícula. Le gusta disfrutar, el placer por el placer y empezar cada día dando un mordisco a la vida por el lado más dulce. "Por qué dejarse lo mejor para el final, el final puede llegar en cualquier momento", sentencia. Se despierta siempre más tarde que yo, a menos que perder unas horas de sueño le vaya a provocar más deleite que Morfeo. Pero, a menudo, abre un ojo justo cuando el despertador suena y me invita a seguir durmiendo un poquito más. Desayuna si le apetece preparándose a conciencia un Capuccino y dando un bocadito aquí y otro allá a aquello que se le antoja.

Me conozco, y por eso suelo evitar observarlo prolongadamente porque, si caigo en la tentación, me pierdo en el encanto de sus rasgos marcados como los trazos que buscan el punto de fuga en un dibujo técnico. Procuro esquivar esa mirada de enigma y estrellas que flota sobre el estandarte de una barbita de tres días, pero su voz, la más insinuante y sensual de todas, capta mi atención con su palabra favorita: "Hazlo...". Sabe acariciarme como nadie, besar mis hombros, mi cuello, enredarse entre mi pelo y perderse para que yo no sea capaz de ubicarlo y lo confunda con una orden de mi cerebro: "Hazlo...hazlo...". Su filosofía, carpe diem, y no se preocupa de más consecuencias que obtener lo que desea. Vive pausadamente o desprendiendo adrenalina por los poros. Todo depende de lo que le pida el cuerpo. A veces echa una cabezadita, otras se fuma un pitillo; me susurra fantasías al oído o me dicta un post; a veces me despierta en mitad de la noche y otras, directamente, me incita a no dormir...
Meditación, en el hombro opuesto, se sienta en un sillón blanco, inmaculado, con las piernas y los brazos cruzados. Se acaricia examinadora la barbilla con el pulgar y el índice, mientras observa minuciosamente mis movimientos a lo Kasparov. Duerme lo necesario para estar siempre alerta y come con moderación y puntualidad británica. Hay días que noto sus pasos nerviosos del cuello al húmero y, tras mucho caminar, acaba acercándose a mi oído para decirme en voz baja: "cuidado...". Se enfada cuando la pereza me visita y yo la dejo entrar, cuando vuelvo tarde a casa, cuando me acuesto de madrugada porque sí, cuando dejo las cosas para mañana, cuando mi corazón pide abrirse a gritos y giro la llave sin escucharla... Conversar con ella me provoca la ternura de una madre primeriza reconociendo las piececitas de su obra maestra, aunque, en ocasiones, me regaña con ademán de maruja -rulos incluidos- y provoca una risa infantil en mis pupilas.
Los adoro. Son mi ying y mi yang. Mi yo y mi todo. Pero la balanza pesa mi predilección inclinándose con una nana hacia uno de los extremos y, mi debilidad, lleva el alma en las venas...